El cautivo
A ras del suelo, amigo, la isla me sigue pareciendo aquella tortuga que vi desde el cielo, en sus límites rocosos y empinados, que me provocan pesadillas abominables: sueño con abismos y con corsarios, con tsunamis y diluvios, con submarinos y misiles; y en la extrema lentitud de su justicia, de sus ayuntamientos, de sus autopistas, atascos interminables que se acrecientan en verano. El verano es para mí infierno. Los inviernos son cada vez más cortos, casi no llueve. La primavera y el otoño son mis estaciones favoritas de la eternidad. Espero la primavera mallorquina como agua de mayo nicaragüense. Por decir algo, le digo que en la eternidad no existen las estaciones, ya que estas forman parte del tiempo. Y me dice que él ha perdido la noción del tiempo, que vino a Mallorca con la intención de quedarse dos años y que ya ha perdido el censo de los días. Me muestra su pasaporte y, efectivamente, está caducado. Vino hace más de cinco lustros. Diez años antes que yo. Y le hago la ine...