NO A LA LECTURA

CUENTO PUBLICADO EN LA SECCIÓN DE OPINION EN EL NUEVO DIARIO, NICARAGUA, 12 DE MARZO DEL 2006



La biblioteca municipal de la que se sirve este jovencito, tiene, según su propia definición, todas las características de ser una morgue. Sin embargo, es un cementerio (según él), un "camposanto", una necrópolis en la que, por ausencia de tierra—mas no de polvo— "los muertos sobresalen y vician con sus cajas el aire" (…) hay mucha "putrefacción" en su interior. 

Recorriendo en busca de libros los estantes situados al fondo—en la "sala de lectura"— , más de una vez se ha preguntado ya, me cuenta,  si será acaso por ese instinto de auto conservación propio de los animales , y de nosotros las personas, que nunca alguien le acompaña, ni siquiera las señoras que atienden y que lo vigilan desde lejitos se internan hasta ahí –a excepción de las veces en que llegan a "chapodar"--; si acaso será  la inteligencia de los animales  lo que nos detiene a todos (así como lo detuvo a él esa facultad innata afirma, pues no encuentra otra explicación de por qué al principio le negaron la entrada, por su aspecto de vándalo le dije yo); si como efecto de esa misma "inteligencia" los alumnos de todos los niveles que visitan ese edificio cotidianamente consultan apenas los textos oficiales, para lo cual no pasan más allá de las mesas de trabajo y se van  a ver TV a sus casas o a chatear a la "sala virtual" del mismo recién construida a un costado ( C$ 10.00 la hora). 


Sentado solitario allí, más de dos veces se ha preguntado, en fin, si se evitará acaso una gran epidemia cerrando literalmente las puertas ---que conducen a ese oscuro recinto— al público, a la municipalidad en general, al pueblo, o si será éste mejor dicho, el que con una combinación de sentido común e inteligencia, miedo y viveza se auto prohíbe la entrada ; una gran peste; una pandemia de consecuencias apenas sospechadas por los más grandes reaccionarios del pensamiento político de todos los tiempos y por los más cínicos defensores de la esclavitud y por algunos de los que sigan leyendo esta mierda quizá; es decir, si todos nos volcáramos sobre esos libros, ¿ qué sucedería?. 


Cualquiera de los pobladores del municipio en donde se localiza la mencionada biblioteca—incluyéndome --se quedaría con la más obvia y menos inteligente de las respuestas si tuviese el valor, por supuesto, de ir a ver las condiciones y las dimensiones del sitio; balbucearía sin lugar a dudas que harían falta libros. 


Desde luego que sí, harían falta ataúdes, perdón, libros. A propósito, en uno de los pocos "epitafios" que le faltaban por leer a este joven –no ha leído muchos la verdad—dice que hubo el que le hizo dudar acerca de si se encontraba de veras en un cementerio. Fue una tumba –un féretro ¡un libro!—en cuya superficie a modo de ornamentación mortuoria se visualizaban una enorme biblioteca y un vejete apoyado sobre un bastón contemplándola como si de un espectáculo estelar se tratase; rezaba: (…) "Jorge Luís Borges (1899-1986) La biblioteca el universo" (…). 


¿Ha hecho efecto ya en la salud de este ciudadano el peligro oculto en ese lugar y por el que quizá todos nosotros – sus conciudadanos —evitamos acercarnos? ¿Se han ofuscado de tal manera sus sentidos del olfato, vista y lucidez como para saberse en un ámbito que, a primera impresión, representa lo contrario (muerte) a lo que simboliza "vida" para muchos y que grabado de manera tan sugerente dice haber leído ahí?? ¿Se ha vuelto loco –tan temprano—al mejor estilo del Quijote de la Mancha y como tantos otros por culpa de esos malditos libros? 


Son preguntas tontas que me hice yo. Claro que no, sin ir más allá de la duda efímera a causa del convincente letrero afirma que hizo lo que cualquiera en su lugar hubiera hecho—cualquier valiente desde luego--; leyó el libro; abrió de un hachazo la tumba de Jorge Borges y juzgando por el extraño tufo que irradiaba (era una antología arbitraria , vio vísceras de su vientre aunadas a su corazón dice , su brazo derecho en estado de descomposición , órganos y hasta huesos que ni le pertenecían ) advirtió que si alguien sufría ultra visiones irreales era precisamente ese señor, el cual --señala--, "fue director de la biblioteca nacional de Argentina, una de las más grandes de Latinoamérica y en la que pasaba todo el tiempo leyendo, era su universo, cada ataúd entonces, , cada libro era para él un pequeño planeta alejado cada vez más del sol de la realidad, de las calles, campos y cementerios de la ciudad de Buenos Aires, por eso perdió la visión prematuramente, por miope, por m… "

Se haría más rara esta damier si siguiera transcribiendo párrafos como ese en los que de manera violenta (este jovencito)termina fundiendo su tesis, más poética que otra cosa, con la de Borges –"el cementerio es mi universo" —y en los que se refiere primero a las diferencias sociales que existen entre unas bibliotecas y otras, a la ninguna diferencia entre los conceptos cementerio-universo, a la ola privatizadora en nuestros países de la que ni los panteones se salvan, a la particularización de las bibliotecas, al elevado precio de los libros y de los ataúdes, a las políticas que se requieren para hacer que el pueblo lea y muera con dignidad, a la relación "fosocomun-enciclopédica", al problema de los sacrilegios y de las ratonadas, al fenómeno de los vivos muertos ( los grandes intelecuatalotes que no se han muerto aún), a los muertos vivos ( Borges y Cía.), a las funerarias, a los mausoleos , al son que cantan las librarías en este asunto—muy fúnebre por cierto--, a que los libros son muerte y no vida y a otras cuestiones que no logré entender. 

Sucede que salta de los extremos en su afán de dejar claro que la biblioteca municipal de la que se sirve ( y cualquier biblioteca en general ) es un cementerio, un "camposanto" una necrópolis en la que los muertos salen y en la que se siente más huérfano de padre de lo que ciertamente es. 



Russell Antonio Vargas, 1 marzo 2006.

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