El super hombre del río Acome o el buen Ladrón

Es algo crudo y pido  al lector sensible abandonar la historia de este super hombre chinandegano. Lo conocí desde que era un buen muchacho, estudioso, aplicado y religioso. Entre otras cosas tremendas, él decía  que  desde que los revolucionarios llegaron al poder con sus promesas de ríos de leche y miel (y con su cantinela de forjar un hombre nuevo), y desde que las sectas protestantes empezaron a proliferar en todo el país, usando los ríos como pilas bautismales, los ríos en Nicaragua terminaron de pudrirse. Esto mucho antes de que se convirtiera en el superman del rio Acome
















Se llama o se llamaba  Guayo, y terminó por lanzarle pedradas y machetazos a los pobres jóvenes ambientalistas que pretendían reforestar la quebrada del río, quienes  repetían como loritas en cada campaña: "salvemos el río Acome, plantemos un árbol". Guayo más bien arrancaba los árboles. También detestaba las kermeses que se organizaban en su iglesia, se había creído un católico rígido y no estaba de acuerdo con ese tipo de bisnes en el lugar santo.


















Para comprender su historia, hay que decir que  había sido educado en las más severa religiosidad, por su abnegada madre, quien solo buscaba su bien. Pero el río Acome de Chinandega fue el jardín de sus recreos durante su último año escolar, la escuela colindaba con el río. A la hora del recreo descendía por una vereda, y se daba gusto disfrutando de los últimos prodigios de la hidrografía, de la flora y la fauna que se recuerden en ese río; vio los últimos reptiles y los últimos anfibios; se imaginaba la evolución del universo, la conquista de América, la gloriosa venida de la cruz y el mestizaje de la raza cuando veía detenidamente las laderas históricas de la quebrada y los árboles de guanacastes que a él le parecían milenarios. Fatídicamente para él, el río también era guarida de malvivientes; ladrones, borrachos, drogadictos, violadores, brujas y fugitivos de guerra; la horrible guerra de los años ochenta recién terminaba, pero algunos no se daban cuenta; era el año 1991 de nuestro Señor, y dijo Guayo haber visto violaciones, asesinatos, canibalismo, sodomías, brujerias y todo tipo de perversidades en la quebrada del río.






Una mañana vio a un señor que llevaba enlazada del cuello a una mujer desnuda y sollozante, como quien guiña una yegua, río arriba, mientras le gritaba vulgaridades, hasta que se fueron a perder detrás del puente El Guarumo. Otro día vio a una pandilla de vagos que llevaban a bordo de una carretilla a una flaquita, con la boca tapada con cinta para silenciar sus aullidos, con dirección a la Poza del diablo, donde según dicen los lugareños, el diablo se aparecía, valga la redundancia. También vio mujeres, viejas, jóvenes, de todas las razas, pero chelas sobre todo, practicando abortos, haciendo entierros clandestinos, ritos misteriosos, y sorbiendo extrañas infusiones.




Yo creo que todo eso  corrompió al gran Guayo.






Aunque él lo negaba.  Se corrompe el que quiere.  Más bien me contó que allí se formó su espíritu anti revolucionario, y anti protestante, porque veía en esos actos horribles, los frutos de la revolución, y de las apostasías religiosas.   Me dijo que se hizo más cercano a su madre y se fortaleció su fe en la Santa Iglesia Católica.






Pero yo creo que allí se corrompió. Fue su último año en la escuela. Usando una expresión muy utilizada por las profesoras de esa época, durante las clases se quedaba ido "viendo hacia el icaco”. Por eso reprobó la mayoría de las clases más importantes, excepto educación física, religión y español; en esta última sobresalía mucho, sobre todo en los concursos de composición literaria, aunque una vez fue vencido en un concurso de rimas por un gordito que rimaba muy fácilmente, piñata con serenata, picazón con calzón, y cosas así. Y Guayo ya usaba otro tipo de rimas, recuerdo como si fuera hoy  el día en que  me enseñó un papel donde había estos versos:






"Mientras yo caminaba por el río




Los invertidos se multiplicaban




Las mujeres prendieron un fuego




Y los alumnos cortamos pica pica




Fuego y río son palabras sinónimas"






Ignoro el significado de esas líneas. Juzguen ustedes mismos. Lo que sí sé es que Guayo se la tiraba de inteligente, repetía frases de filósofos griegos, y grandes personajes de la historia. De boca de él fue que oí por primera vez la muy conocida frase de Heráclito que reza:






"Nadie se baña dos veces en el mismo río porque todo cambia en el río y en el que se baña"






Adolescente curioso, trató de refutar esa frase, y por las tardes después de la escuela se iba a sumergir al río, que le llegaba hasta las rodillas. Primero inocentemente, tratando de duplicar el agua, sentía los mordiscos de las pepescas, las últimas que se recuerden en ese río, que tenían el valor de morder su esqueleto, y pensaba en las lavanderas de un poco más arriba, cuyos enjuagues celestes veía fluir como oportunidades pérdidas. Guayo sentía que la corriente bajaba con fuerza, y que él ya no era el mismo. Después lo hacía bajo los efectos de la marihuana y del pegamento.






El resto es historia muy triste. Ya libre del yugo escolar, las súplicas de su madre no fueron suficientes, y poco a poco fue haciendo del río su hábitat, poco a poco se fue convirtiendo en un malviviente, mariguanero, huele pega y  ladrón.  Los principios religiosos se diluyeron en el río. Llegó al extremo de fumarse la Palabra de Dios, llegaba a casa de mi madre, con una falsa sed de lecturas bíblicas, y le arrancaba las finas hojas a las Sagradas Escrituras, en su versión "latinoamericana", que eran propicias para sus churros. Nos dimos cuenta de eso cuando, preocupados por el creciente clamor de las sectas protestantes de que en el año 2000 vendría el fin del mundo, no encontramos página alguna del Apocalípsis. El arrancaba las últimas páginas. Guayo se fumó el Apocalípsis.






Una vez leí algo muy misterioso en un libro de Leon Bloy, uno de los raros de Rubén Darío. Dice Bloy  :






“cuando Dios quiere esconder una cosa, la esconde en la casa del ladrón, del buen ladrón”






Nunca había entendido eso hasta  que lo relacioné con Guayo,  creo que por eso este ladrón  boicoteaba todas las jornadas de reforestación del río, su casa, jornadas que eran impulsadas por los inocentes  jóvenes ambientalistas, si los pobres sembraban cien árboles, Guayo arrancaba doscientos palitos.






"¡No vengan a joder mi casa o los macheteo!" Les gritaba. Llegó a creerse que él era uno de los jinetes del apocalípsis, que vendrán a destruir la tierra. Hacía amistad con las vecinas de los alrededores y les hacía zanjas voluntariamente para dirigir sus aguas negras hacia el río, se dedicó a la extracción manual de arena, como su único oficio y beneficio (además de sus robos de poca monta) llegó a gritar que ni los desechos agrícolas ni la tala de árboles tenían el poder de destruir el río, hacían más daño las ideas revolucionarias y las apostasías religiosas (incluyendo la infiltración de la masonería en el catolicismo) diseminadas en el espíritu del pueblo aledaño, y por supuesto él mismo, fundido e infundido por el poder del libro de las revelaciones.






La última vez que lo vi, hace quince años, seguía sumergido en la cloaca del río, pensé que estaba muerto, lo toqué con la punta de una rama, y me gritó :






¡Andate a la verga, esta llanta es mía, anda busca tu llanta!






Le parecía que el río era una llanta vieja, con agua empozada en sus flancos, que ya no tenía relieve suficiente para rodar hasta el mar, como una de esas llantas pelonas que se queman en las protestas mundanas para gritar al cielo la iniquidad de sus bañistas y no bañistas. Hay pecados que claman al cielo.


 No hay moraleja, esa es toda su historia, pero podríamos decir que Guayo era un experto en pecados, tanto en su niñez como en los últimos días de fusión con el río. La diferencia era que, de niño, se veía incrustado en la distinción, tanto que la vivía; ya cuando estaba  echado, su reposo infundía la sensación de haber dejado atrás esas mezquinas categorías parroquiales. Ahora era él quien definía qué era y qué no, malo o bueno, o simplemente diferente. Hijo de una época en que los revolucionarios buscaron forjar muy fútilmente al hombre nuevo marxiano, Guayo se convirtió en un súper hombre nietzscheano por tanta ansia de conocimiento, conoció lo peor. Sabe Dios donde estará ahora.

Comentarios

  1. Muy buena historia, en todo momento te engancha, el lenguaje es sencillo y hermoso. Sin duda una pequeña obra maestra.

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